Este artículo en el que participa Gema Burguillos aportando su testimonio de mujer co condición autista , más la experiencia de vida de dos compañeras con TEA, y el punto de vista profesional de nuestra querida Noemí Balmaña es muy interesante, completo y me he sentido muy identificada.
Os adjunto el contenido del artículo de La Vanguardia, escrito Por Màrius Sin Rodríguez, porque el enlace da algunas dificultades para acceder. Creo que es un artículo que debe estar disponible ya que habla de nosotras y el enorme coste emocional y físico que supone ser autista y mujer.
Mujeres con autismo, vivir enmascaradas
SALUD
La Vanguardia
La
falta de perspectiva de género del diagnóstico y su capacidad de camuflar “Llega
un punto en que nada funciona. La vida va de mal en peor, pasa por delante y no
consigues los objetivos, te quedas atrás. Y necesitas saber por qué no eres
como los demás por mucho que te esfuerces". Irene Farrero tiene 52
años y se ha pasado toda la vida sintiéndose diferente sin saber la razón.
Hasta hace siete años, cuando le diagnosticaron que era autista.
"Me di cuenta de que me
pasaba algo a los 22 años. Empecé a relacionarme con una pareja, en el trabajo
y con otras amistades, pero no llevaba muy bien la socialización. A partir de
allí fui pasando por varios diagnósticos: trastorno obsesivo-compulsivo,
trastorno de déficit de atención…”. Pero no le detectaron el autismo.
“Finalmente, a los 45 decido que quiero saber qué me pasa. Leyendo sobre
autismo me sentí identificada con algunas cosas, pero no en todas porque el
diagnóstico estaba basado en un perfil de manual masculino y no me acababa de
cuadrar”.
Desde pequeña me sentía diferente a los demás. Es como si
estuviera en un lugar con una cultura y un idioma diferente"
Una situación similar ha vivido
Gema Burguillos. Tiene 46 años y solo hace cinco que sabe que es autista. Si no
fuera porque a su hijo mayor se lo detectaron, posiblemente no habría sabido
que ella también lo era. “A raíz del diagnóstico de mi hijo tuve la necesidad
de saber si yo también era autista, así que acudí a un centro a diagnosticarme.
A lo mejor muchas de las dudas y las cosas que yo no había entendido a lo largo
de mi vida tenían una respuesta en eso”.
Alicia Campos, en cambio, no tiene
dudas: “Si no hubiera sido por el diagnóstico de mi hija ni siquiera me hubiera
ni planteado que podía ser autista. Me habría quedado con que soy una persona
un poco rara y torpe en algunas cosas”. Al igual que Farrero y Burguillos,
Campos es autista de grado 1 (el considerado más leve). A ella, por contra, el
diagnóstico le llegó aún más tarde: hace solo 2 años, cuando tenía 54.
El
infradiagnóstico entre las mujeres
Hoy en día, la prevalencia
del trastorno del espectro autista (TEA) en hombres es mucho mayor que en
mujeres: uno de cada cinco casos se da en mujeres. Según un informe del Síndic de Greuges basado en
datos de la Generalitat, en el curso 2019/2020 había 4.759 estudiantes
catalanes con autismo. De estos, el 84,9% eran niños. Según la OMS, uno de cada
100 menores en todo el mundo es autista, y en España se estima que alrededor de
450.000 personas lo son.
“La media global es de 3 o 4 casos
de hombre por 1 de mujer. Pero si miramos a los perfiles vemos que, cuando se
preserva la capacidad intelectual, la prevalencia es 10 a 1; se identifican
menos casos, por eso son más invisibles. En cambio, cuando tienen problemas
intelectuales se identifican más: la prevalencia es de 2 a 1”, sostiene Noemí
Balmaña, psicóloga experta en TEA del Hospital Sant Joan de Déu.
Una
mirada sesgada
La diferencia de prevalencia entre
los casos con y sin problemas intelectuales se explica con la mirada sesgada en
el diagnóstico y su falta de perspectiva de género. Como el perfil de autista
más conocido es el de un hombre joven, los parámetros de detección y las herramientas
diagnósticas se establecen con la mirada puesta en ellos.
Como las mujeres no comparten
todos los rasgos característicos del autismo en hombres, muchas veces su
trastorno pasa desapercibido y no se les detecta. “Mi hija fue
diagnosticada con 21 años a pesar de que yo trabajé mucho tiempo en un Centre
de Desenvolupament Infantil i Atenció Precoç con neuropediatras y psicólogos.
Me decían que tenía un retraso madurativo sin importancia”, se queja Campos.
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